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La nota azul

Fue la primera vez que puedo recordar en la que reparé en la belleza de la tipografía, el modo en que estaba dispuesta en la composición, el ritmo y la musicalidad que desplegaba junto a la imagen. Bitonos, Swifty, el jazz urbano, los trajes, la sugerida y engañosa espontaneidad.

Reid Miles ni siquiera escuchaba jazz, cambiaba los LPs que le daban en Blue Note por discos de clásica. Hoy se venden por cientos y miles de dólares aquellas primeras ediciones en sonido mono (en buen estado). Miles también discutía con su cliente a menudo: Francis Wolff no entendía por qué aquel tipo mutilaba sus fotografías (ver Jackie McLean, Hank Mobley), si por sí solas se bastaban para componer una imagen hermosa y sugerente para los compradores de discos. Reid Miles estaba haciendo obras de arte en aquellas portadas, jugando con los espacios para crear ritmo y emoción, igual que los músicos emplean los silencios para acentuar la música: “Son más importantes las notas que no tocas que aquellas que tocas”, sentenció el pianista Thelonious Monk.

“What you don't play can be more important than what you do”
—Thelonious Monk

Sin darme cuenta, mirando aquellas portadas empecé a entender algunas cosas, que trato de recordar siempre en mi trabajo. Lo esencial de no añadir nada más allá de lo necesario, ni comprometer la función de aquello que hacemos, cuando damos voz a otros. La obligación de no impostar, de transmitir y comunicar.

 

Tampoco conocía apenas ese estilo de música, que al principio me intimidaba lo bastante como para inhibirme. Creo que el primer disco que compré para «ver qué pasaba” fue uno del cuarteto de John Coltrane que, confieso, no capté en absoluto en aquel momento, pero tuvo en mí el impacto suficiente para intrigarme y obligarme a seguir explorando aquel misterio tan poderoso, aquella música libre y sin una forma indeterminada, o al menos mucho menos reconocible que lo que todos podemos digerir en el formato de una canción tradicional.

 

Al igual que con el trabajo de Reid Miles, no comprendía un carajo pero sabía sin ningún tipo de dudas que quería formar parte de aquello. Me reconocí en aquello, de alguna manera.

 

Esto nos dice varias cosas: el arte es atemporal, y muchos de esos trabajos lo son. Han trascendido su funcionalidad o su ingenuidad para quedar como testimonio de una época y una cultura, han sido influyentes, han creado un patrón imitado, que seguirá siendo imitado.

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